La paciencia, la madre de la ciencia. El ingrediente que te hace disfrutar de la vida y te ausenta de prisas, estrés y conflictos.
Se conoce como paciencia la capacidad humana de soportar o tolerar situaciones molestas, irritantes o de adversidad, con tal de conseguir el objetivo deseado, o de hacerlo de una manera deseada. La palabra paciencia deriva del latín “patiens” (el que padece), que implica el sufrimiento de la espera, el de la esperanza o de la desesperación. Sin embargo, la paciencia es una cualidad, un regalo que se adquiere cuando empiezas a vivir tu vida intensa y sin miedo. El ser humano tiene baja tolerancia a la incertidumbre, a lo desconocido, necesita saber para poder ser, y en ese vacío de espera y desconocimiento, se pierde lo fantástico del proceso.
Vivimos en un ritmo frenético que nos lleva a querer acortar lo máximo los tiempos de espera, a exigir la urgente respuesta. Es más feliz aquel que menos necesita, cuando empiezas a flotar en la vida, todo sabe mejor. Por ello, no hay mayor error, que exigir las prisas, lo inmediato, anticipar, pensar en lo siguiente sin saborear el presente.
Desde mi punto de vista, se puede estar cómodo desde lo incómodo, solo depende de cómo enfocas tus pensamientos. ¿Y si transformamos esa espera en un momento maravilloso? La paciencia te lleva a estar con los 5 sentidos en el momento presente. Es un regalo que te ancla, que te agarra a lo que te rodea.
No se nace con paciencia, se trabaja con nuestra experiencia. Por ello, podemos disfrutar del largo plazo sin necesitar un refuerzo inmediato, disfrutar de los tiempos largos de acción, concediéndoles el poder mental de trasformar ese tiempo “perdido” en algo maravilloso. Esperar es una cualidad, pero esperar y disfrutar es un arte que todo el mundo puede alcanzar.
La impaciencia bloquea, nos atrofia la capacidad de aprender del camino basándonos en la urgencia del resultado. Sabemos que cada vez estimulamos mas la idea de “lo quiero, y lo quiero ya”, accediendo con un clic a infinidad de posibilidades. Podemos entrenar nuestra paciencia haciendo gimnasia mental consciente y enfocada, aplicando día a día ese “desacelerar la vida”. Cuando detectes esa activación, por la necesidad de prisas, por la necesidad de ver y saber, observa la oportunidad que tienes delante de tus ojos para crecer tu mismo, para trabajar algo tan importante que te reconecte con tu propia vida. Con paciencia, la vida se vive mejor.
Si entrenas tu paciencia, reduces tu estrés, diluyes tu ansiedad, aprendes a gestionar la incertidumbre y el desasosiego de lo ansiado, dejas de exagerar y empiezas a relativizar, preparándote un camino feliz y pausado.
Impaciencia con el mundo, impaciencia con el otro, impaciencia con uno mismo. Somos impacientes por naturaleza, lo que queremos, lo queremos ya. La satisfacción de un deseo de forma automática se ha convertido casi en una nueva adicción, en una nueva droga sin nombre.
Se puede alcanzar la capacidad de disfrutar de lo no inmediato, porque ahí, cuando empiezas a plantar los 5 sentidos en aquello que haces, dices, miras, escuchas o tocas, se produce el disfrute de los paladines de tu existencia, se produce la maravilla de vivir, de fluir en la vida.
Decide centrarte en el presente para ir dibujando tu futuro. No hay cosa más real que el momento en el que vives.
El impaciente piensa que el objetivo es la meta. Debéis transformar el objetivo para aprender y disfrutar del camino, sin prisas.
Recuerda que hemos venido a ser felices, no perfectos.
Lourdes Marín Psicología.
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