Ana Cayuela

Ana Cayuela Muñoz (1991, Almería), directora de fotografía andaluza afincada en Málaga, comenzó su trayectoria en 2012. Estudió en la Bauhaus de Weimar y en los últimos 2 años ha dirigido la fotografía en cortometrajes como “La Banda Film” (Leonor Jiménez y Delia Márquez), “Y tú más” (Leonor Jiménez y Ana Cayuela) y “Eterna” (Juan Carlos de Paz). Además, es etalonadora de su propia fotografía y de documentales como “Mi última condena” (Juan Mata) y “Los 107” (Fernando García H.). Ha cubierto en parte la foto fija en “Ellas en la ciudad” (Reyes Gallegos) y “Orph” (Marta M. Mata).  

Escribo con el propósito de responder a una pregunta “¿qué hago?”. Escribo con luz, le pongo imágenes a lo que está escrito y lo que no, coreografío color, movimiento y dimensiones. Compongo con lo visual buscando armonía entre contenido y forma. 

¿Cuántas maneras hay de decirlo? No sé, esto contiene infinidad de matices. Creo firmemente que somos un cúmulo de perspectivas que dirigen un cuerpo mamífero y escojo la perspectiva positiva para construir este cuerpo de texto.

Antes de meterme en materia he de confesar que mi primer intento de dar respuestas a la invitación de Nacho Arcos (Director de NJOY Magazine) fue bastante enrevesado. Le pedí a una amiga que hiciéramos un retrato para después despiezarme como se despieza la idea iconográfica de “vaca” en los típicos carteles de carnicería. Se explican las partes del animal que puedes comprar. Si cierro los ojos veo un plano de colores cálidos porque me produce un pequeño flashback al periodo escolar, la niñez. Del auto despiece fotográfico, entre los trozos que daban fe de mi criatura, se encontraban diferentes modos de producción (hábitos creativos de expresión, una droga dura). Estaban el dibujo, la pintura, la fotografía analógica, las colaboraciones multidisciplinares, los talleres, la investigación en la academia, la publicidad, las video-cartas, el documental, los guiones… Lo cierto es que he tenido la suerte de hacer muchísimas cosas en mi vida, hasta el punto de que quizás podría llamarle vidas. No ha sido gratis, el precio por tener muchas vidas es alto y la mente parece tener a veces un cuentakilómetros, la piel se resquebraja más cuando te mueves mucho. 

He vivido en diferentes países, he tenido salarios y trabajos extremadamente diferentes y he llegado a soñar con cosas tan básicas como comer ese día o cuestiones tan lejanas como un mundo descentralizado y desinteresado en el poder o el capital. Sí, yo sueño mucho. También saqué un libro hace casi dos años.

Ahora intento optar por algo que siempre me funciona cuando lo consigo aplicar: “menos es más”. Y en el ahora, que es lo único que realmente existe, lo que ocupa mis post-its de detrás de la puerta y las libretas que meto en mi mochila, son la dirección de fotografía y la fotografía de retratos. Tengo como 5 libretas petadas de cuadernos de estilo, storyboards y diseños de luces.

Ambos campos, son bastante de lo mismo: buscar la luz que avanza a pesar de las sombras que la rodean, cocinar imágenes donde se vea el camino que trazan las partículas (fotones) en su incesante avanzar, virar y rebotar. Aunque siempre, siempre, como ya iniciaba aventurando el texto, hay matices y particularidades. Una de las grandes diferencias para mí es el número de personas que a grandes rasgos están implicadas en cada uno de los dos procesos: 

La dirección de fotografía es parte del ritual del cine, con fases de diálogo en un one to one y tiempos de trabajo colectivo brutales con mucho apoyo mutuo en los mejores casos. 

Los retratos, ya sean books de actrices o deseos personales de atestiguar la magia que me transmiten algunas personas, son una especie de diálogo mudo, un monólogo a dos voces. 

Ambos quehaceres contienen para mí una mística que me da aún fuerzas para no lanzarme al funcionariado por la estabilidad del sueldo. Ambos procesos me aportan la sensación de agradecimiento al prójimo. Quiero ser Njoy pero no os creáis que todo es bonito. A veces creo que me dedico a esto porque me encanta mirar y mirar, atravesar con los ojos. Quizás también porque con la cámara en ruedo encuentro más sentido a la vida y tengo menos miedo a desaparecer.

Miro la cámara después de 18 años trabajando en torno a la luz casi todos los días de mi vida y pienso: ¡es magia! Qué brutal es que se descubriese la foto-sensibilidad de la plata. Esto ha modificado totalmente el rumbo del ser humano y por tanto del planeta. Qué fuerte que ahora mismo el sensor de mi cámara tenga capacidad para usar un ISO extendido de 409.600, la luz de la luna podría llegar a quemar la imagen que capturemos, en cambio la fotografía permanente más antigua que se conserva necesitó 8 horas de luz a pleno sol para ser fijada. 

En paralelo a la dirección de fotografía y la fotografía de retratos, a veces doy talleres. He trabajado durante dos años de dinamizadora y productora de talleres de comunicación mediante la fotografía y el cine en la prisión del Acebuche, también he sido profesora de iluminación y narrativa cinematográfica en el Instituto Superior de las Artes en la Habana y en general me motiva lo que está al margen, marginalizado por otros, e intento paliar distancias. 

Todo puede ser lo mismo según a qué distancia se mire, pero de alguna manera hay que ordenarse para determinar el enfoque. Exponer es sagrado y el cine es un ritual que me trasciende como criatura humana, mamífera, andaluza y de género femenino, dada a luz y para ella en el 1991.

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