Medidas antirrobo para los libros manuscritos de la Edad Media

Por Inés Abad.

Crear un libro en la Edad Media era un proceso minucioso que podía llevar años, además de caro. Con el surgimiento de las Universidades en Europa (siglo XIII) los libros, que a pesar de seguir teniendo un fuerte componente religioso, son considerados ahora un instrumento de conocimiento de uso diario por parte de profesores y alumnos. Aparece en este momento el libro de consulta y el sistema de copia conocido como: la pecia. Este sistema consistía en el alquiler de los libros por trozos o piezas para que el estudiante o profesor hiciese o encargase una copia.

Debido al alto precio de los libros manuscritos y al tedioso sistema de pecia, era muy común que los estudiantes o los ladrones intentasen robar parte de estos. Por ello, se desarrolló una serie de medidas antirrobo como encadenar los libros o incorporar maldiciones en su interior (en el íncipit o éxplicit). Marc Drogin, escritor americano, recoge en su obra Anathema!: Mediaeval Scribes and the History of Book Curses (1983) un buen compendio de estas maldiciones.

Cadenas

En cada facultad había una biblioteca con bancos y atriles, a los que permanecían encadenados los libros. En 1590 Diego Pérez de Mesa, autor de Las grandezas y cosas notables de España, describe así los fondos de la Biblioteca de la Universidad de Salamanca: “Hay infinidad de libros en todas las ciencias y muchos doblados y tresdoblados, todos asidos con sus cadenas y con mucha distinción, puestos los de cada ciencia y profesión de por sí…”.

La biblioteca encadenada más grande del mundo actualmente se encuentra en la Catedral Hereford en el Reino Unido, donde todos los libros se mantienen bajo llave y en sus cadenas originales. Ha sido reconstruido en su disposición original, exactamente como había sido entre 1611 y 1841.

Maldiciones

Las maldiciones utilizadas podían ser desde fórmulas sencillas hasta condenas muy elaboradas. En este sentido, la efectividad de la amenaza era proporcional a la cantidad de detalles relacionados con el sufrimiento físico que se sufría. No era extraño que muchas de estas maldiciones se copiaran o se reciclasen de otros libros.

De las más conocidas son: 

Si alguien lo roba: puede morir, puede ser asado en una sartén, puede contraer la enfermedad de la caída [epilepsia] y la fiebre lo atacará, y puede ser rotado [en la rueda de tortura] y ahorcado. Amén.” (Biblia de Arnstein, Alemania, 1172).

Pedro, de todos los monjes el menos significativo, le dio este libro al mártir más bendito, San Quintín. Si alguien lo roba, dígale que en el Día del Juicio, el mártir más santo lo acusará ante el rostro de nuestro Señor Jesucristo.” (Obra denominada Beinecke MS 214, Biblioteca de la Universidad de Yale, siglo XII).

Quien quiera que se lleve este libro no volverá a ser visto por Cristo. Quien quiera que robe este volumen que lo maten como a un maldito. Quien quiera que intente robar este volumen ¡que le quiten sus ojos, que le quiten sus ojos!” (Maldición datada en el siglo XIII, encontrada por Drogin en un manuscrito de la Biblioteca de El Vaticano).

Por robar este libro, si lo intentas, Es por la garganta que colgarás alto. Y los cuervos entonces se reunirán y combatirán para encontrar tus ojos y sacarlos. Y cuando estás gritando ‘¡oh, oh, oh!’ Recuerda, mereces ese lamento.” (Drogin)

En uno de los manuscritos de la Biblioteca del Monasterio de San Pedro en Barcelona se encontró una de estas advertencias que decía: 

Para aquel que roba, o pide prestado un libro y a su dueño no lo devuelve, que se le mude en sierpe la mano y lo desgarre. Que quede paralizado y condenados todos sus miembros. Que desfallezca de dolor, suplicando a gritos misericordia, y que nada alivie sus sufrimientos hasta que perezca. Que los gusanos de los libros le roan las entrañas, como lo hace el remordimiento que nunca cesa. Y que cuando, finalmente, descienda al castigo eterno, que las llamas del infierno lo consuman para siempre”.

Otra famosa maldición la encontramos en el Codex Calixtinus (siglo XII) que se encuentra en la Catedral de Santiago de Compostela. Una condena que se encontraba escrita en el apéndice del libro, junto a una carta de autentificación del Papa Inocencio II, en la que se advierte de un castigo a “todo aquel que molestase a sus portadores o lo robase de la catedral”. El propio Papa relata que el libro, bajo su custodia, sufrió todo tipo de percances, desde naufragios o incendios hasta robos. La manera que tenía de terminar sus relatos en los que contaba todas estas peripecias era siempre de la misma forma: «el códice y yo sobrevivimos”.

El título del libro de Drogin anteriormente mencionado alude a uno de los castigos más frecuentes, el anatema, que implicaba la excomunión. Esto podemos encontrarlo incluso hoy en día. Actualmente sigue siendo habitual encontrar la maldición más famosa de todas, la que se encuentra en la biblioteca de la Universidad de Salamanca, en la entrada de muchas bibliotecas: “Hay excomunión reservada a Su Santidad contra cualesquiera personas que quitaren, distrajeren o, de cualquier modo, enajenaren algún libro, pergamino o papel de esta biblioteca sin que puedan ser absueltas hasta que esta esté perfectamente reintegrada.”

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