Entre la precisión y el abandono, Sandrine explora los territorios sensibles del hilo. Formada en los oficios de la moda y marcada por una doble cultura, francesa y española, reinventa el bordado como un lenguaje poético y contemporáneo. Su obra, suspendida sobre el hilo, cuestiona la memoria, el gesto y la fragilidad del mundo.

Desde siempre, Sandrine camina sobre el hilo — ese hilo que une la técnica con el instinto, la memoria con el presente, la precisión del gesto con la libertad del movimiento. Descubrió este camino muy joven: a los 16 años comenzó un bachillerato profesional en oficios de la moda y el diseño, donde aprendió costura, bordado y producción. Allí adquirió la disciplina del oficio, el sentido de la organización, la constancia, y esa paciencia silenciosa que hoy sostiene toda su práctica. Más tarde, una etapa en la Escuela de Bellas Artes amplió su mirada: la composición, el ritmo, la materia. Pero la vida la empujó pronto hacia la independencia, y Sandrine tuvo que trabajar para sostenerse. De esa necesidad nació también una libertad interior: la de crear fuera de los márgenes académicos.
De esa tensión entre la técnica aprendida y el impulso vital nace su lenguaje singular: un arte textil donde el control del hilo se encuentra con el azar del gesto. Cada obra comienza con una imagen estructurada, casi ordenada, pero luego se deja atravesar por la libertad del hilo, ese hilo que ella deja vivir, moverse, desbordar. Sandrine dice a menudo que el hilo «debe ser libre» — libre para escaparse, para narrar de otra manera, para seguir su propio camino, para alumbrar lo invisible.


Su proceso se desarrolla en ambos lados de la tela: bordando por el derecho, con una intención precisa, y observando luego el reverso, donde los hilos se cruzan, se enredan, se emancipan. Da la vuelta a la obra, corta, limpia, libera el exceso, hasta que la imagen alcanza su equilibrio — ese punto sutil entre el caos y la claridad. Cuando siente que la imagen respira, se detiene. Entonces la obra se convierte en un espacio de silencio y tensión, un paisaje cosido con memoria.
Entre Francia y España, Sandrine encarna una doble pertenencia. Esa dualidad atraviesa su arte: precisión y espontaneidad, rigor y calidez, razón e intuición. El hilo es a la vez frontera y unión, límite y pasaje.
A través de su trabajo, Sandrine rinde homenaje a la memoria femenina que habita la fibra. Sus retratos, siempre de mujeres, son también retratos de una herencia invisible: la de aquellas que, antes que ella, tejieron, bordaron y se reunieron alrededor del hilo. Estos gestos, transmitidos de generación en generación, atraviesan sus manos como un eco antiguo. Los tejidos heredados o hallados —lienzos, algodones, linones marcados por el tiempo y reparados con amor— son verdaderos tesoros para ella.
Sobre esas fibras naturales, resistentes y llenas de historia, Sandrine deposita su propia huella, prolongando el gesto de tantas mujeres antes que ella. Dice sentirse afortunada de estar rodeada de mujeres maravillosas e inspiradoras —entre ellas, sus dos hijas—, que encarnan la continuidad viva de esta energía creadora y femenina.




En sus exposiciones, el hilo se despliega libremente en el espacio. Las obras varían desde pequeños formatos íntimos hasta piezas monumentales, donde el bordado abandona el marco y se transforma en una cartografía emocional, en materia viva. Sandrine no busca la perfección: busca el desorden justo, ese donde lo imprevisto tiene su lugar, donde la mano deja una huella que respira.
Su trabajo habita esa zona frágil donde el arte se confunde con la vida. Cada hilo es una memoria, cada puntada, un intento de unir lo que se deshilacha. Sobre el hilo, allí vive Sandrine — en ese equilibrio precario y poético donde el gesto se convierte en un acto de resistencia contra el olvido, y donde la materia, humilde y vibrante, continúa hablando, mucho después de la última puntada.

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